Un día de octubre me desperté cagado por la pata abajo por lo que me esperaba.
Me iba a Irlanda sin billete de vuelta, dejando a mis padres y a mi hermana con el corazón encogido.
Más jodidos que cuando se murió la madre de Bambi o la madre de Marco se fue a argentina.
A mi novia también la dejé allí. O sea, que se quedó en España. Lo nuestro sigue funcionando. Perdona por el susto.
Salimos muy pronto de casa, aunque quedaban seis horas para que despegara el avión, pero seguimos el consejo de ir con el suficiente tiempo al aeropuerto para evitar colas al facturar y en el control de equipaje.
Llevaba dos maletas grandes que había que facturar. Porque, claro, te vas un año al extranjero y necesitas meter en la maleta 10 abrigos, 80 calzoncillos y ropa de deporte, aunque luego no vayas a salir ni a andar porque llueve 34782 días al año.
Luego me di cuenta de por qué intentar meter todo tu armario en la maleta es un error.
Al llegar a los mostradores de las compañías aéreas, la cola de gente daba la vuelta a una cafetería que hay justo enfrente.
300 personas. 300 maletas.
«Bueno, paciencia. Quedan 3 horas para que salga el avión». Mi padre ya empezó a sudar, porque, aparte de haber viajado mucho, en cosas que salen mal tiene un doctorado.
Para él, la Ley de Murphy se resume en «no me monto en una burra que no me tire». Y las compañías aéreas son muy burras y te tiran.
Dos horas y media más tarde, mis maletas facturadas y en la bodega del avión de Ryanair (con suerte, porque a más de uno y a más de dos les han perdido o roto el equipaje). No hay nada peor que viajar y perder tus pertenencias.
Mi padre me cogió del brazo, se me acercó al oído y me dijo: «Vete pitando al control, que no llegas».
Miré el reloj: tenía media hora para subirme a ese avión y aún no había pasado el control de equipaje, cuya cola se veía desde lejos.
«No llego», dije.
Mi padre no me dejó casi despedirme, así que les di un beso y un abrazo exprés a cada uno y me fui corriendo al control.
Saqué el ordenador, el iPad y puse todo lo que pudiera pitar en la misma caja. Al pasar mis cosas por la cinta, el guardia de seguridad me indicó que tenía que poner cada aparato en cajas distintas.
Con el corazón a punto de reventarme, empecé a buscar más cajas.
No había más cajas. Así que le quité a una señora la suya. Era la última y estaba vacía. «Señora, la caja o la vida».
Al pasar el control, me paré delante de la pantalla de salidas y vi que en mi vuelo aparecía un letrero en rojo que ponía ÚLTIMA LLAMADA. La puerta era la C23. Yo estaba en la A56. Es decir, en la otra punta del aeropuerto.
Corrí como nunca. Se me salía el corazón por la boca. No llegaba. Todos los objetivos, los sueños y metas que quería cumplir en Irlanda se me iban por el desagüe por tener que facturar dos maletas.
Iba a parar ese avión con las manos o subirme en marcha si hacía falta.
Cuando creía que estaba a punto de llegar, unas barreras electrónicas me impidieron seguir la carrera. Control de documentación. Escanear el DNI, se abre la puerta y sigues.
Me había renovado el DNI hace poco y al ser un formato nuevo el lector no lo leía. Necesitaba el pasaporte.
«Mierda. El pasaporte».
Se me heló la sangre. Imagínate que lo hubiera metido en la maleta facturada.
Toqué con la mano el bolsillo de mi mochila, le dije a la de seguridad que lo cogiera ella. «Me da igual que me robes algo, tengo que llegar ya». Lo sacó, lo escaneó y padentro.
Seguí corriendo y allí estaba.
A falta de 15 minutos para el cierre de puertas, la cola seguía completa y los pasajeros ni siquiera habían empezado a escanear sus billetes.
Sintiéndome un inútil corriendo por un aeropuerto.
Aprendí la lección.
Si puedo evitar facturar y pagar de más para llevar una maleta de cabina, lo evito. Que a veces flipan mucho con los precios de los vuelos.
Soy joven, no me sobra el dinero y me quiero comprar una casa con mi damisela en un futuro no muy lejano.
Modo ahorro on.
Entonces vi la luz. O la mochila. O la mochila de luz.
Una mochila de cabina por la que no tengo que pagar y en la que caben el portátil, dos pantalones, dos jerséis, calzoncillos (claro) y algún libro. Si llevas el Antiguo Testamento, igual sí que necesitas facturar maleta.